martes, 26 de octubre de 2010

Palabra cumplida























"Y cuando me acostaba en su habitación...me veía privado del sueño. No era capaz de descansar allí; en cuanto cerraba los ojos notaba su presencia al otro lado del cristal, o abriendo los paneles y entrando en el recinto de la cama, o incluso recostando su adorada cabeza en la misma almohada que yo"
(Emily Brontë)

La noche caía recubriendo los tejados de la ciudad en naranjas y marrones rojizos, la noche caía enfebrecida para pasar después a cubrir con un velo de sombras todas las prisas del día a día convirtiéndolas en cenizas como los edificios grises que iba dejando tras de sí.
Era una noche fría de otoño. Rubén encendía otro cigarrillo y se adentraba en el laberinto de calles de su viejo barrio. Sonaban sus pasos, ecos fríos de zapatos muertos en baldosas húmedas de soledad.
Después del trabajo iba al bar de su amigo de la infancia, Carlos. Noche tras noche bebía entristecido, recostado sobre la barra en un rincón sombrío, sumando nostalgia y desamor recordaba a María, lamentando sin llorar como se fue, tan rápido, con esa enfermedad. Rubén miraba abstraído el mundo de los demás, embrujado, como un expectador de un televisor sin pantalla.
Después...volvía  a su casa, volvía como narcotizado. Se sumergía en las sombras y a tientas llegaba a su habitación desplomándose borracho sobre la cama.
Echándola de menos, imaginaba a María entre las sábanas, podía hasta sentir su olor a lilas, podía hasta escuchar su tos despertándole en sueños.

Aquella noche cayó como un saco sobre el colchón. Empapado en alcohol y aún vestido se sobresaltó. En el umbral de la puerta estaba María. Sí , estaba seguro. Otra vez soñaba, empezó a reír para sí mismo y se dejó llevar.
Podía oler su olor a lilas, siempre le había saturado un poco ese olor y ahora...lo buscaba como un perro.
María le dijo que siempre estaría con él, que volvería.
Parecía tan real. Ella le desvistió con suavidad mientras le alborotaba el alma con su voz, como echaba de menos su voz. Empezó a besarle con ansia y en vez de labios parecían dos llamas que le herían, que le quemaban. Sus pechos restregándose contra su cara, sus piernas y su cuerpo arqueándose alrededor de Rubén. Le revolvió el pelo echándole la cabeza hacia atrás, lamiéndole el pecho, mordiéndole el vientre. Apretando su cuerpo dentro del suyo.
De repente sintió que aquello no podía parar, casi era una pesadilla de dolor, pero no podía pararlo. El sexo le ardía como si María tuviese cuchillas dentro, se estaba desangrando dentro de ella. Se estaba desvaneciendo entre el placer y un terrible sufrimiento. María a besos, María hablándole, María amándole, María masticando hasta su último aliento, hasta su último jadeo.

A los tres días, en la oficina se preguntaron dónde estaba Rubén. 
Cuando la policía entró en el destartalado apartamento, se encontraron a Rubén muerto boca arriba y desnudo sobre su cama. Todo apuntaba a muerte natural. Sin embargo, nadie podía explicarse la formidable sonrisa de Rubén y el olor a lilas, casi asfixiante, que emanaba toda la habitación.

Muchos abrazos

                                                                                               

                                                                             

miércoles, 20 de octubre de 2010

¿Qué pensáis?

He pasado por un blog muy atractivo http://blackintheblack.blogspot.com/, con unas imágenes preciosas, me he inspirado en él.  La propietaria siempre elige unas fotografías con mucha fuerza  y con unos rojos que en vez de imágenes parecen piruletas, dan ganas de comerse las rosas .

Una foto y una frase, sin más. No voy a hacer comentarios, me importan los vuestros. ¡Ahí va !, total libertad. Muchos abrazos .





Mmmmm, ¡eres tan hermoso que te devoraría hasta hartarme...!






Mmmmm, ¡eres tan hermoso que no me voy a hartar jamás de devorarte!

jueves, 14 de octubre de 2010

Llueve en la ciudad

"Las únicas personas que me agradan son las que están locas: locas por vivir, locas por hablar, locas por ser salvadas" (Jack Kerouac)







Llueve en la ciudad. El agua despeja las cabezas que giran volando en círculos al cobijo de sus puertas, somos un enjambre de abejas en la ley de la gravedad. Los ojos grises me miran somnolientos, entrecerrados párpados de luces amarillas, interiores inciertos.


Y sigo andando buscándote en la ciudad.


La garganta es una hoguera de tabaco y la cabeza un pájaro enfermo que remonta nubes de tormenta.


Arco iris de gasolina en las calzadas cuando llueve en la ciudad


Tú tienes que saber encontrarme porque tú eres yo, un fantasma de obsesión acechando en mi cama encharcándome en dolor.


El olor de los bares es el único testigo de mi locura en el vuelo, quiero diluírme en el vaso ahogándome en tu humo espeso, caer en el desvarío mientras llueve en la ciudad.


Oscurece en violetas y mis pies siguen andando buscando al muerto, le veo sentado junto a fuentes herrumbrosas, en los paseos de sombras, en las paradas del metro.


La lluvia removiendo con sus dedos las hojas del otoño en el agua del deseo. Recuerdos sepias sumergidos en coñac.


Miro al rincón donde nadie mira, cuento las baldosas brillantes y recuento los papeles del suelo mientras quemo cigarrillos, nadando en torbellinos de tijeras afiladas mientras llueve en la ciudad.


Caleidoscopio de alcohol inundando mil tristezas. Forrándolas, mutándolas, envolviéndolas en papel de color. Pero yo sé, seguro que sí, que sigue lloviendo en la ciudad.

sábado, 9 de octubre de 2010

Lluvia de otoño

http://www.youtube.com/watch?v=8SbUC-UaAxE&ob=av2e

Con los restos del naufragio que me quedan voy a hacer un collar de besos para ahogarte en amor esta noche. Deja tu puerta abierta y entraré en silencio hasta llegar a tu playa como un barco de papel.
Barco empapado en mareas. Revolveré tu pelo entre mis piernas, contaré cuentos de olas a tu nuca, comeré la sal de tu cuerpo hasta hacerte enloquecer.
Quiero llover en tu desierto, déjame inundarte en sueños entre mis pechos de agua, deja jugar a tu lengua rompiendo el reloj de arena sobre mi piel.
Esta noche , ten valor, adéntrate en la tormenta desarmado y desnudo para mí.

viernes, 1 de octubre de 2010

Reflejos de mi ciudad II

Historias reales de una calle cualquiera.
La calle de La Manzana es una serpentina de humo, voces y colores. Escojamos el número 37.
 Allí, como en tantos otros hogares de la ciudad, las vidas de los vecinos siguen su curso apilándose unas encimas de otras como cromos. Como si niños caprichosos echasen una partida, siempre habrá vencedores y vencidos. Cromos de jugadores arrojados contra la pared de la terca lucha diaria.


 En el cuarto piso vive Berta. Es una solterona con largos rizos negros ahuecados a diario a base de sesión de rulos. Trabajadora incansable de la antigua telefónica se había pasado sus días conectando otras vidas. Cuando llegaba a casa, cuidaba de madre y gato con dedicación absoluta.
 Ceferino era un gato sobrealimentado por cariño y bolitas de pescado.
 Cuando murieron madre y gato. Berta, en un acto de desesperación, reformó su piso y de paso su cabeza.
 Era una mujer muy poco agraciada que usaba medias incluso en verano. Su cara la chapeaba con unos buenos coloretes y labios marrón oscuro, a juego, unas buenas gafas de pasta. Decía entonces que...Berta, un buen día, salió de su casa abierta al mundo que nunca había conocido y se subió a un inmigrante cubano que encontró desarbolado por la calle. El amor duró unos meses pero fueron suficientes para que la vieja Berta se quitase las medias en verano para siempre.


 Vayamos a la buhardilla del 37.
 Allí viven tres personas. Marido, mujer y amante.
 El marido sube a diario un buen arsenal de botellas de vino. Digamos que José, así se llamaba, se conformaba con los restos del amor que quedaba. Su mujer, Nines, estaba loca desde que nació. Cuando era joven recibió estoicamente en su cuerpo chorros de descargas eléctricas que nunca le pusieron en su sitio. Por eso, cuando llegaba la primavera, se  ponía a cantar por la ventana sin importarle horario ni público.
 El amor de estos tres duró muchos años hasta que José fue ingresado en un centro para mayores.
 El amante, que no tenía ya quien le atendiese ni subiese la compra, murió en un rincón de la buhardilla.
 ¿Y la pobre loca?...Nines había perdido la visión desde hacía tiempo y además estaba enferma. Se dejó morir en una cama de hambre y sed, nunca pidió auxilio porque había perdido a su amor.
 Cuando el olor a verdura podrida y agria se fue deslizando como una viborilla rellano a rellano, los vecinos se percataron de la muerte de Nines y el amante.


  Portería del 37.
  Allí viven tres generaciones. Madre, abuela y niño. El pequeño tiene problemas de oído, El padre no quiso saber nada de la criatura, típica frase tan oída.
 La madre es una desgraciada que busca amor y remiendos económicos en cualquier parte donde encuentra un mínimo de calor.

 Otro descansillo. El tercero.
 Allí están Laura y Ricardo. Ricardo es un marido trabajador, cariñoso y protector. Laura es tan buena que no parece de este mundo. Consagraron toda sus vida a sus cuatro retoños que demandaban amor a todas
horas como polluelos gritoncillos.
 Con el paso de los años, las paredes de su hogar se convertirán en una prisión para su libertad. Aunque siempre reían, aunque eran felices con sus hijos.


 En el segundo viven dos féminas amantes.
 Una de ellas es enana y la más grande aprieta sus manos regordetas por la calle cuando habla más de la cuenta, cuando la enanita dice algo indebido. Aprieta hasta hacerle gritar. Están engoladas en naftalina y ropa de paño severas.
 Nadie sabe nada de ellas. Horquilla de la sociedad. Sshhhhhhhh. dejémoslas.
 Cierro con llave la vieja puerta del segundo.


 Queda la historia del primero. Es una historia que viaja en el tiempo, es anterior a todas. El inquilino no vivía con los demás. No se conocieron.
 Alberto estaba enamorado de Sofía. Tras una corta relación de novios, ella le dejó.
 Sofía se convierte entonces en una obsesión. Los minutos, horas y días de Alberto pertenecen a Sofía.
 Un amor imposible, un sufrimiento que nadie comprende. Una locura, un delirio.
 Un día Alberto decidió llamar a sus familiares más allegados para despedirse. Después, a las tres horas más o menos, se arrojó a las vías del metro.
 Eso pasó hace mucho...mucho  tiempo, en esta ciudad.
 En esta ciudad la vida, a veces, es incoherente.
 En esta ciudad ya nadie se acuerda de Alberto ni de su historia de amor.