Delicadamente fue desabotonando su camisa hasta dejar el apetitoso torso a la vista.
Él sonrió con una pureza tan encantadora que la hizo relamerse, empezó a acariciarle el cabello de la nuca echándole la cabeza hacia atrás, saboreando trozo a trozo de pecho muy lentamente, atrapando cada latido de su corazón con cada lametazo, y es que él era una golosina sabrosa que había caído entre sus manos, incitándola como si tal cosa. Y con esas manos le manoseaba suspirando, apretando sin compasión, y sus ojos se deleitaban devorando los estallidos de sus labios.
Era tan delicioso…Aferrando a su presa como una alimaña hambrienta, y es que el miedo de esa aterciopelada masculinidad hacía que su deseo cobrase más fuerza. Y justo… Cuando comenzó a masticarle olisqueando su vientre, en ese mismo instante en el que el juego quería continuar para disfrutar de ese apreciado y generosísimo manjar, una traidora paloma blanca voló en su cabeza recordando que casi le doblaba la edad.