lunes, 6 de septiembre de 2010

El guerrero


"Pin Pon era un muñeco, muy guapo y de cartón, de cartón. Se lava la carita con agua y con jabón, con jabón. Se desenreda el pelo con peine de marfil y aunque se da tirones no grita y dice ¡uy!, dice ¡uy!. Y cuando las estrellas comienzan a salir, a salir. Pin Pon se va a la cama, se acuesta y a dormir, a dormir"
(Canción infantil)


Andrea había visto ese muñeco en la juguetería de José hacía muchos años, después desapareció. Su mamá no se lo había comprado porque era una guerrero con un puñalito, hacha, abalorios de hueso y hasta un traje de piel deshilachado. Pero...era fabuloso.
Andrea se imaginaba pequeña como él. Le contaría sus secretos, se sentaría a su lado y abriría su cajita de latón. Le enseñaría sus cromos, su pequeño pintalabios desgastado de mami, sus cuentos y también la foto de su papá.
Su papá también fue un guerrero. Noble, bello y con una sonrisa que derribaba murallas.
No podría encontrar otro compañero de juegos mejor que él. Mamá vió que su niñita lloraba sin parar y con mucho, mucho esfuerzo salió a patearse entera la ciudad. Al final encontró al guerrero.
Estaba allí, en la juguetería de al lado, pero no le había visto.
Andrea no se lo pudo creer cuando vió el paquete, con lazo rojo y todo. Mamá le dijo que no tenía nada más que unos minutos para jugar con él. Las perritas no le habían llegado y le prometió a José, el tendero, que lo devolvería pronto. Era carísimo aquel pequeño.
Bueno, menos es nada, se dijo la nenita. Unos minutos de recuerdos con aquel juguete no tenían precio ni cambio por todos sus juegos juntos.
Éste tenía sangre, estaba segura. Podría alzarle y abrazarle como a ningún otro. Peinarle, lavarle, ordenar sus cositas del maletín y sobre todo, contarle sus miedos. Un guerrero sabría como curar sus pesadillas.
Estaba fascinada.
Desenvolvió el paquete con movimientos de lagartija y allí estaba. Era majestuoso, de perfecto molde, brillaba.
Entonces el muñeco habló y Andrea sin pestañear se quedó escuchándole.
-¿Qué haces ahí niña vulgar?. ¡Venga!, sácame de este cartón que tengo mucho calor. Voy a deleitarte unos minutitos. Tengo mucho trabajo que hacer, me esperan muchos mocosos bobos como tú.
Andrea se quedó boquiabierta.
El guerrero empezó su espectáculo. Maniobró con su hacha y una cuerda trepando por los dedos, el brazo y llegando hasta su pecho. La niña empezó a sangrar abundantemente con la escalada. Sin duda, quería llegar a su corazón para herirlo un poco más de lo que ya lo había hecho. Abriendo las carnes una y otra vez con su metal.
El muñeco reía y Andrea estaba asustada.
-Eres una niña imbécil. ¡Tralarí!, ¡tralará!. Mis heridas probarás, no te puede escapar.
De repente se dió cuenta de su tamaño. Cogió al muñeco que gritaba pataleando y le puso un trocito de celofán en la boca, para que dejase de decir tonterías, sujetándole las manos con un bramante. Lo metió en su casita de cartón, y después, al lado de él; puso una muñequita bailarina de porcelana. De esas que se rompen y que no tienen vida. Por primera vez vió asomar una sonrisa en los ojillos perversos de la pequeña criatura. Ya tenía compañera de viaje.
Después llamó a su mamá para que se llevase el paquete lejos, muy lejos.
Pasó mucho, muchísimo tiempo y fue a verle al escaparate. En efecto, como había pensado, él estaba allí.
La tienda estaba abandonada y entró sin dificultad. El guerrero estaba cubierto de polvo y sin hacha. Su cuerpo, roto en cuatro pedazos. No tenía lustre. Era un trocito de plástico con cuatro pelos.
Se lo llevó a su casa. Pegó con cuidado los trocitos, le pasó un algodoncito por el cuerpo para quitarle los tiznajos. Le hizo un trajecito de piel nuevo, cortó un mechoncito de su propio cabello y lo pegó con cola en la cabecita de él dejando sus manos vacías.
Terminó, ajajá, ahora volvía a ser hermoso. Después lo metió en su cajita de latón arropándolo con un trapito limpio de colores. Ahora era un recuerdo naranja y hermoso en su cabeza, lleno de densidad y de luz,que dormiría todas las noches bajo su cama.
Abrió la ventana, respiró la noche y miró a las estrellas, habló entonces con su papá. El único guerrero resplandeciente de su vida.