Había escuchado esa vieja historia hacía ya muchos años, cuando estuvo trabajando como enfermera en ese antiguo hospital militar.
Eva cerró los ojos, un sudor frío perlaba su frente y otra vez comenzó a temblar, allí postrada sobre esa cama, enferma, recordaba ahogándose en ansiedad aquel chisme sobre el fantasma de un cura deambulando por las habitaciones del ala norte. Había sentido una especie de corriente murmurando en sus oídos, como si el aire se desnudase dejando deslizar ropa pesada a su lado. ¿Sería la medicación para el dolor?, era ya tan fuerte.
Se atrevió a abrir los ojos. Sólo penetraba la luz de una taciturna farola dejando la habitación sumida en un profundo sueño de tristeza y angustia febril. De repente pasó, todo fue como un puñetazo en su sien.
Pudo ver una sotana escurriéndose entre las sombras, emergiendo cada vez con más claridad del pozo de oscuridad que era ahora su habitación. Pudo ver su cara y pudo ver sus manos terriblemente blancas preparando óleos invisibles, gesticulando dramáticamente, abriendo un agujero deforme como boca y pudo entender... que aquella macabra figura estaba oficiando una extremaunción. Eva fue ya un grito, o quizás dos, nadie escuchaba ya su debilitada garganta.