sábado, 7 de agosto de 2010

Fantasía

La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.
(Rubén Darío)
El desván estaba como lo había dejado. Libros polvorientos se apilaban en columnas desafiando el equilibrio de años, un tocadiscos matusalénico sin aguja, muebles acristalados con fotos grimosas en blanco y negro. Todos ellos, testigos cariñosos de tantos secretos de la niñez.
La Princesa se sentó debajo de la ventana donde otras muchas veces había leído sus cuentos. Esperaba al Duende. ¿Estaría allí?. Había soñado muchas noches con él.
El Duende estaba allí observándola detrás de los cachivaches varios que dormían cabizbajos en la melancólica luz de la tarde.
La Princesa tenía un cuento entre sus manos, lo depositó al lado de sus piernas y empezó a bajarse los tirantes de puntillas de su vestido blanco. Sus pechos groseros quedaron al descubierto.
El Duende seguía mirando. Siempre le habían recordado a dos bollos colmados de leche caliente, desayunos empapados en verano con el ruido del río detrás.
Seguía preguntándose La Princesa si el duende seguiría su juego. Ahora...pudo olerlo y una marea violenta empezó a golpear su pecho.
Comenzó a surcar con el dedo las capas de polvo del suelo de madera haciendo dibujitos de amor para su Duende, esperándole. Se subió la falda impoluta hasta su cintura y cerró los ojos tumbada, flotando.
El Duende salió y se puso encima de La Princesa besándola la frente y la boca, susurrando. Ella estaba loca oliéndolo, El Duende olía a árboles y tierra mojada. Sus manos eran rugosas ramas que arañaban su piel acariciándola e hiriéndola.
El Duende empezó a mamar sus pezones chupándolos con rabia como si tuviesen algo caliente que ofrecerle. Era aún más bello cuando hacía ese gesto. Después paseó sus manos entre sus piernas. Ella estaba empapada y él la penetró. La Princesa gritó de dolor, el miembro del duende estaba cubierto de escamas verdes que se abrían furiosas en cada envite de amor. Un fuego antológico abrasó sus labios que lloraban sangrando la pasión. El Duende pegó cuatro lametazos profundos a la flor y después otros cuantos hasta aliviar el dolor hermoso de La Princesa.
La Princesa, por cierto, quedó muy abatida y ...entonces, el picaruelo se incorporó de un brinco y puso su sexo enhiesto cerca de su boca hambrienta de princesa.
La Princesa olió su resina, tocó sus nudos de madera y metió al Duende en su boca avariciosamente como una niña que come un dulce a escondidas. Le succionó varias veces hasta dentro, el hermoso Duende echaba su cabeza hacia atrás sudando el gesto. ¡Dios!, apretando, masticando, la savia de todo su tronco concentrándose a borbotones y saliendo con furia en la garganta de La Princesa.
La Princesa era feliz con su regaliz en la boca que seguía estrujando hasta la saciedad.
Cuando terminaron, el aire vertía sábanas de hojas verdes sobre sus cuerpos, olían a tormenta en el mar. Cuando acabaron, se abrazaron en un borrón de acuarelas de colores, sabían a manzanas de caramelo y algodones de azúcar.
Después, mucho después del abrazo, se despidieron hasta otra vez.
La Princesa salió de la casa y guardó su vestido arrugándolo en la mochila, parecía increíble que aún sirviese después de veinte años.
El Duende se quitó la resina del cuerpo a duras penas y siguió pensando en ella mientras preparaba un nuevo lienzo, estaba inspirado.
Ella también pensó en su duende cuando subió al tren. Apoyó la cabeza sobre el cristal de la ventana y pasó la lengua por sus labios relamiéndose. ¡Aún sabían a magia!

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